Ayer leí un texto sobre los beneficios supuestos (siempre hay que tomar con pinzas estos artículos) de la escritura manual: la escritura a mano mejoraría la coordinación motriz, sobre todo la cursiva. Mi cursiva daba asco, dejé de practicarla en la secundaria, y mi imprenta anda por ahí. Siempre preferí la escritura a máquina. A máquina de escribir para ser más preciso, por ese sonido pesado que le imprime a cada una de las letras. Debe ser por eso que mi coordinación motriz apesta.
Aunque, el estudio se me cae a pedazos cuando afirma que la escritura manual facilita la lectura y comprensión de textos. Aparentemente, se activan las mismas áreas del cerebro que se usan para leer. Ahí no entro en el cuadro ya que nunca he tenido problemas para leer. Más bien he tenido problemas para dejar de leer y por eso tuve tanta miopía. Mi mamá me decía siempre que no leyera mirando hacia arriba, que no leyera toda la noche, que no leyera con mala luz. Mucho no le hice caso: tenía siete años y ya había leído ciento cincuenta y dos libros. Lo sé porque encontré un cuaderno viejo con una lista que hice en ese tiempo, de los libros que había leído (es triste que mi letra manual siga siendo tan mala más de treinta años después). ¿Qué pibe de 7 años lee ‘El conde de Montecristo’? Reviso la lista y casi me da pudor. Pensándolo bien, a mí me parece que mis problemas manuales vienen por eso de ser un zurdo arrepentido o un derecho no natural. Soy lo que se llama un ambibruto, o sea un ambidextro torpe con ambas manos, o dicho de otra forma tengo dos manos no hábiles en similar proporción.
El instrumento donde despliego todo mi potencial es con la computadora. Cuando escribo a mano me la paso poniendo tachaduras, flechitas y asteriscos. Estoy demasiado acostumbrado a escribir, corregir y ordenar mis ideas al paso. Dicho esto, escribir a mano tiene algunos beneficios como por ejemplo la movilidad. Solo con un anotador y una birome, me vine a la plaza para aprovechar los breves momentos de “calor” en invierno. Me puse a escuchar la radio de Vivaldi en Spotify, no porque piense que escuchar música clásica me haga escribir mejor. Hay gente que piensa que la música clásica te hace mas inteligente, pero no es mi caso. La verdad es que cuando escribo en un lugar público, me gusta escuchar lo que pasa alrededor mío. Sin embargo, la música de Xuxa que venía de la calesita no me ayudaba. De todas formas, me alegro haberlo hecho: agarré el concierto número 2 Verano, Presto. Mi parte favorita de las cuatro estaciones, siempre me imagino como una tormenta eléctrica de verano azota el campo. Luego, pasaron el Canon de Pachelbel de Mozart y después la Suite para orquesta número 3 (Aire) de Bach. Tres de mis temas favoritos de la música clásica. Así que tuve unos veinte minutos de escritura muy productivos.
Nota aparte: recuerdo que el tema de Bach lo escuché por primera vez en mi adolescencia viendo la serie de fantasía/ciencia ficción (es difícil saber en que casillero cae) de corte existencialista Neon Genesis Evangelion. Este Anime de los años 90 vuelve a estar de moda porque ha sido recientemente re estrenado en Netflix. Cuando yo era adolescente, la única forma de conocer esa serie era con VHS piratas que pasaban de mano en mano. En esa época, internet recién empezaba y la distribución de contenido era mucho más compleja. De hecho, nos juntamos una noche en casa con los pibes de la secundaria a ver la serie completa y la película The End of Evangelion. Repasando la serie ahora, la verdad es que no es nada mala. Me sigue gustando aunque ya no conecto. Tiene esa temática adolescente, y yo ya no tengo esa edad. Eso es tan común en la cultura pop japonesa que me lleva a pensar que los japoneses la deben pasar realmente mal en la escuela secundaria. No me extrañaría nada: el sistema está diseñado para estimular una competencia brutal entre estudiantes.
Aunque podría meterme a hablar del sistema educativo japonés, no voy a seguir escribiendo porque ya me extendí mucho. Será otro día.