Pude verlo.
A la sombra del cerezo
tendido en el suelo.
Así debía hacerse,
me decía ella
así debía mirarlo.
Aún pensando que ella
solo buscaba creer
que este acto mundano
tenía algún significado,
me acosté.
Y lo vi:
en cada rama
flores rosadas
brillaban como fuego.
Pero yo,
miré solo una.
Viento.
Se soltó.
Bailó caprichosa con él.
Se fue de mí.