En cambio, en los largos escritorios donde se apiñaban los “esclavos” de QA, considerados casi pordioseros en la división producto, las mesas eran delgadas y había solo una cajonera por equipo. Por otro lado, los gerentes de piso tenían escritorios individuales, ubicados justo en el centro. Así todos podían ver a la autoridad y sabían que la autoridad los veía a ellos. Buscaba en el cajón mis anteojos cuando me interrumpieron:
—Boludo, ¿Qué hacés acá? —el gallego se había acercado corriendo al verme— Y con esa pinta.
No respondí.
—¿Me estás escuchando, loco? Te digo que te quiere ver el director —le tembló la voz al decirlo—. Se corrió la bola. Dicen que se enteró de lo que hiciste…
—Bue, bue, ya voy a verlo —contesté con displicencia.
—¿Estás seguro? Mirá que…
Siguió hablando, pero no me interesaba escucharlo. Como quien le pone el mute a la tv, me desentendí y me fui al despacho del jefazo sin demoras. Quedaba en el último piso. De hecho, ocupaba todo el último piso. Nunca había estado ahí, el director no recibía a nadie. Mientras ascendía por el ascensor, en esos segundos donde la soledad y el encierro invitan a la reflexión, sentí una punzada de culpa por la forma en que había tratado al gallego. Al abrirse la puerta del ascensor, me encontré en una sala que debía hacer las veces de recepción. Había tres secretarias atendiendo detrás de un mostrador.
—El director pidió verme.
Se miraron entre ellas.
—¿Estás seguro de que querés entrar así, pibe? —me dijo finalmente la más veterana.
La pregunta tenía un tono evidentemente despreciativo.
—Meh… —le respondí.
—Como quieras, pero es probable que sea la única oportunidad que tengas para lograr causar una buena impresión.
—Gracias por el consejo, señora —repliqué con ironía enfatizando la última palabra.
Ante mi respuesta cortante, ella frunció el ceño en silencio. Luego, tomó el auricular y comunicó mi presencia.
—Ya podés pasar.
La puerta de madera que daba acceso al despacho era sobria e imponente. Giré la perilla. Intenté abrirla, pero era muy pesada. Resoplé. Pude percibir unas risitas disimuladas. Enfurecido, lancé un gruñido y me dispuse a empujarla con los dos brazos. La puerta se abrió…