—Estos inglesitos son una mierda. Llamaron por error. ¿Podés creer? ¡Por error! Pensaron que se había caído un server, y no se había caído una mierda. ¿Te pensás que no me iba a asegurar que todo anduviera antes de la fiesta? Chabón, yo no sé si son inútiles, o les encanta joder. No podían dejar de joder ni siquiera la noche de la fiesta.
Iba a abrir mi boca pero me contuve.
—Sabían que estaba acá, tratando de… ¡Es eso boludo! Les encanta remarcarte que sos un sudaca de mierda —afirmó alzando la vista al cielo— ¡Hijos de puta! ¡Hijos de la gran puta! ¡AAAAAAAAAH!
Cuando bajó la cabeza le corrían lágrimas por el rostro. Me tomó por sorpresa.
—¿Cómo pasó esto? ¿Cómo mierda pasó esto?
Su voz tenía la desesperanza de una súplica que él sabía que no iba a ser contestada. Nunca lo había visto así.
—Yo no era así. ¿Sabías que cuando era chico quería ser astronauta? Astronauta… Tremendo astronauta. Ni siquiera puedo viajar en avión en clase turista —se lamentó.
Me desconcertó que hiciera comentarios tan personales. Cerró el puño.
—No entro en los asientos ¡Mirame! ¡Soy un asco! —gritó.
Escudriñé los alrededores. Aunque intuí que en verdad el gordo hablaba para sí mismo, me sentía incómodo ante semejante nivel de confesiones. Temí que hubiera testigos. Sin embargo, nadie se había percatado. O bien, estaban todos pasados de copas, o ya estaban habituados a los gritos del gordo. Tal vez, simplemente nadie tenía deseos de acercarse a ver que le pasaba.
—Me miro al espejo y no me reconozco. Vivo solo. ¿Vivo? Ninguna mujer se acostaría conmigo. Ni por guita. Vivir conmigo. ¿Quién querría vivir conmigo? Me hago la paja mirando porno por internet. Ni amigos tengo. Solo a vos, y me tenés que aguantar o te rajo.
La cosa se estaba tornando escabrosa. Mi desagrado aumentaba más y más, aunque también se estaba despertando en mí una simpatía incipiente: por primera vez el gordo me estaba pareciendo un ser humano. Caminó hacia la baranda. Me ataba una curiosidad morbosa, así que lo seguí de cerca. Bebió del vaso hasta que lo vació. En ese instante, resoplando, descargó su furia contra el metal. Fue un golpe que resonó hasta en mis huesos. Me estremecí.
—¿Dónde está mi vida? ¿Dónde está mi cuerpo? El laburo se lo tragó todo. Al principio no pedía mucho. Me dijeron vení de nueve a seis, tenés una hora de almuerzo. Eso es todo me dijeron. Luego me dijeron ¿podés venir este fin de semana? ¿Por qué no? Necesitamos que estés de guardia toda la noche. Claro, señor. Y uno no reacciona, porque la plata… La plata es como una droga. Te duermen con eso.
Por su mano derecha, aferrada al caño, corría sangre. Nunca me había agradado, pero no podía ignorar lo que estaba pasando. Quise advertirle. Sin embargo, aun estando a su espalda, pude comprender que en verdad con esa garra herida, se estaba agarrando a algo. Aunque ese algo fuera el dolor, porque sin el dolor ya no le quedaba nada.
—El poder… Te hace sentir más que un hombre. Pero cada vez te va pidiendo más. Y no te das cuenta de que te vas transformando en menos que una persona. Se va comiendo cachos de vos. Primero te pide el cerebro… El corazón…
Su voz se hacía inaudible. Casi un murmullo. Ya no había nada que yo pudiera hacer. Solo me quedaba contemplar su caída:
—Te vas quedando sin nada… Ya no tengo nada…
El vaso se deslizó de su mano. Esa fue la primera señal. Puedo verlo suspendido en el aire. Cayendo, por un tiempo eterno, pero que tenía la fragilidad de un instante que se rompió con el impacto en el suelo.